Partiré diciendo que entiendo el resquemor del espectador hacia lo nacional. Después de todo, con una casi inexistente exploración del cine de genero es difícil aspirar a encontrar en una película chilena algún atisbo de diversidad de tramas, recursos o gamas emocionales que vayan más allá de los conocidos y superficiales retratos de lo marginal o las ya clásicas comedias picarescas, algunas más ingeniosas que otras. Y con una premisa que incluye prostitutas, carabineros dicharacheros y colegialas embarazadas, “La Buena Vida” parece a primera vista peligrosamente familiar con los clichés y lugares comunes de nuestro cine. Pero (sorpresiva y afortunadamente) no podría estar más lejos.
Andrés Wood apuesta a una estructura inicial ya conocida por él y también por la tradición cinematográfica local: una tríada de historias entrelazadas entre si por un elemento en común, ya sea temático o narrativo. Pero ahí yace el merito esencial de esta pequeña gran pieza: nada une a estos tres relatos más que la casualidad de una ciudad vibrante como Santiago. Nada aparentemente en común tienen la vida de un estilista algo fracasado y arribista (Roberto Farias), una profesional consumida en su trabajo y alejada de su hija (Aline Kupenheim) y un aspirante a músico frustrado venido de regiones (Eduardo Paxeco), más que solo coexistir y flotar topándose casualmente por las calles de la capital. Porque, como la misma trama alude metafóricamente, “La Buena Vida” es simplemente eso. Vida. Sin giros de trama complejos, sin hilos. La sencillez de los personajes provee la excusa perfecta para hablar de sueños, de miedos, de frustración, de amor y olvido. Porque aquí, las putas son mujeres normales, son de verdad y no caricaturas pintarrajeadas de aro largo y botas de cuero. Aquí la meta no se logra siempre. Y es entonces cuando “La Buena Vida” ofrece su regalo más grande al espectador. Identificación. Algo paradojalmente tan difícil de obtener de una película chilena, se presenta aquí en gloria y majestad. Aportan su cuota a este objetivo las excepcionalmente emocionantes y prolijas actuaciones de sus protagonistas, siendo Paxeco la gran sorpresa de un reparto de figuras consolidadas que incluyen a Bélgica Castro, Manuela Martelli y Alfredo “Alf Pacino” (?) Castro, todos mostrando lo mejor de si al servicio del honesto, sencillo y a la vez ingenioso guión de Rodrigo Bazaes, Mamoun Hassan y el mismo Wood, que se luce con este redondo paquete sobre Chile y los chilenos, sin una gota de los estereotipos gastados que sobran en nuestro cine.
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